GUAYAQUIL EN LA HISTORIA
"CONOCE GUAYAQUIL"
Guayaquil Antiguo
Fundación de Guayaquil y la colonia.
La historia de la ciudad de Santiago de Guayaquil se remonta a inicios de 1534, cuando, luego de asistir a la muerte de Atahualpa en Cajamarca, los españoles emprendieron la conquista de lo que el padre Juan de Velasco llamó: “El Reino de Quito”.
Fue así que don Diego de Almagro llegó hasta las orillas de la laguna de Colta, cerca del antiguo poblado indígena de Riobamba, y el 15 de agosto de 1534, dispuso y llevó a cabo la fundación de la ciudad de Santiago de Quito (Santiago en los territorios de Quito, hoy Guayaquil), con la advertencia de que ésta se podría mudar a otro lugar más propicio en el que se pudiera establecer de manera definitiva.
Posteriormente y para cumplir con lo dispuesto por Almagro, Sebastián de Benalcázar, Francisco de Orellana y Diego de Urbina, trasladaron la ciudad de Santiago a diferentes puntos de la región llamada entonces de Huaillaquile, por lo que dejó de llamarse Santiago de Quito y adoptó el nombre de la nueva región: Santiago de Huaillaquil, convirtiéndose, con el paso del tiempo, en nuestra Santiago de Guayaquil.
“La ciudad fundada en 1534 en lo alto de la cordillera andina, a orillas de la laguna de Colta, luego de un largo peregrinar, por junio de
1547 quedó establecida, definitivamente, en el lugar en el que hoy se encuentra”
Pocos años más tarde, su actividad industrial y comercial rendiría extraordinarios beneficios a la Corona Española, especialmente a través de la exportación de productos que desde el puerto se comercializaban con Lima, Panamá y las costas de Nueva España. Estos consistían en: cacao, Zarzaparrilla, jarcia y una gran variedad de maderas finas tales como roble, guachapelí, amarillo,
palo negro y mangle; también por Guayaquil salían las mercaderías que bajaban de Quito y Cuenca, como paños, cordobanes, calzado, alpargatas, calcetines baquetas, biscochos, jamones, quesos, alforjas, etc. En cuanto al ingreso de mercaderías, las principales eran loza, cristalería, ropa, armas, pólvora, vinos, harina de trigo, manteca, pasas, higos y azúcar.
Los Astilleros
Veinte años después de su asentamiento definitivo, ya Guayaquil había empezado a desarrollar su actividad naval y sus astilleros a gozar de merecida fama y reputación.
Tal llegó a ser la capacidad de estos y la calidad de sus naves en lo que a navegabilidad se refiere, que a fines del siglo XVI se habían convertido en los más importantes de las costas del Pacífico.
En los astilleros de Guayaquil se fabricaron grandes naves, no solo de transporte y carga, sino también destinadas a incrementar y fortalecer la armada española. En casi todo el tiempo que duró la colonia, no hubo en toda la costa del Pacífico ningún astillero que pudiera igualar a los guayaquileños.
El Malecón
En 1563, el Procurador Andrés Contero inició el relleno de un pequeño estero que entraba a la altura de donde hoy se encuentra el Museo de los Bomberos, al norte de la ciudad, para posteriormente hacer construir una pequeña calle junto al río que llegaría hasta el Estero de Villamar (hoy calle Loja). Esa calle se convertiría en el primer Malecón de Guayaquil, y el inicio del hermoso malecón que hoy es orgullo de los guayaquileños.
Incendios, Plagas y Piratas
Entre 1583 y 1589 la ciudad se vio azotada por dos terribles flagelos que diezmaron sustancialmente su población: El fuego primero y luego la viruela.
Después, provocaron la movilización del poblado hacia lugares menos peligrosos y más saludables. Estas fueron las razones que motivaron a que en 1590, parte de la ciudad fuera trasladada una vez más a la cima del Santa Ana, donde se edificaron las Casas del Cabildo, la Iglesia Matriz con su Convento y la Plaza de Armas.
Al año siguiente la región sufrió su primera incursión pirática cuando Thomas Cavendish intentó apoderarse de ella.
Los guayaquileños conociendo que los piratas habían desembarcado en Puná para evitar que la ciudad sea asaltada se trasladaron durante la noche hacia la isla, y sorprendieron a los piratas obligándolos a retirarse.
Al no poder cumplir sus objetivos, Cavendish llegó hasta Puerto Viejo (Portoviejo) que fue totalmente arrasada, habiendo sido esta razón por la que sus pobladores decidieron cambiar de lugar a la ciudad que había sido fundada a orillas del mar, trasladándola al lugar en el que hoy se encuentra.
Con el tiempo la ciudad incrementó sus construcciones y creció hacia la depresión que une los dos cerros de Santa Ana y El Carmen.
A inicios del siglo XVII Guayaquil tenía también a más de las Casas del Cabildo y de las cuatro de posadas una fábrica de jabón, dos carnicerías, un fortín y un foso; contaba también con cuatro iglesias: la parroquial, consagrada al apóstol Santiago, construida al poco tiempo de establecida la ciudad; la de los dominicos, construida en 1574 bajo la advocación de San Pablo; la de los agustinos, edificada en 1593 bajo la protección de Nuestra Señora del Soto; y la de los franciscanos, levantada en la orilla norte del estero de Villamar (actual calle Loja), en el año 1600.
Entre 1620 y 1630 Guayaquil experimentó cambios sustanciales: Se cavaron los primeros pozos de agua en los conventos de San Agustín y Santo Domingo, así como el famoso pozo de La Noria, que estuvo ubicado en la convergencia de las actuales calles Julián Coronel y Rocafuerte.
En Junio de 1624 fue asaltada por la armada Holandesa al mando de Jean Claude de Gubernat, lugarteniente de Jaques L’Heremite Clerk quien para atemorizar a los habitantes de la ciudad y destruir sus astilleros ordenó que fueran incendiadas más de veinte casas y la iglesia Matriz.
A pesar del feroz ataque, los piratas fueron rechazados con bravura por los guayaquileños, obligándolos a huir; por lo que dos meses más tarde y como represalia surgida de su vergonzosa derrota, se presentaron nuevamente para una vez más medir el valor de sus habitantes, quienes nuevamente lograron imponerse, matando a su líder en la refriega.
Pero el desarrollo de la ciudad se vio obstaculizado, más que por los piratas, por el fuego, que apareció, nuevamente, en 1632 para -en un poco más de seis horas- consumir más de cien casas de las más va- liosas que existían en la ciudad, incluyendo en Cabildo y el templo de San Francisco. “Tal desastre cuyos efectos pudieron calcularse en
600.000 pesos, hizo retroceder a la población cincuenta años” (Francisco
Campos Coello.- Compendio Histórico de Guayaquil desde su Fundación hasta el año de 1820)
Dos años más tarde, otro terrible incendio arrasó la ciudad produciendo desastrosas consecuencias para la historia guayaquileña, pues el fuego consumió todos los archivos del Cabildo Porteño, razón por la cual el patrimonio documental de la ciudad solo data de 1634 y no de una fecha anterior.
Fue precisamente en ese año 1634 en que se dieron los primeros pasos para integrar a Guayaquil al gran comercio marítimo internacional, solicitando la autorización para enviar a México un cargamento con productos de la región.
Ya para entonces la ciudad había cumplido sus primeros cien años de existencia, y por su importancia se había convertido en la gran generadora de la riqueza de la región; fue por eso que, para prevenirse de nuevos ataques por parte de piratas, corsarios y filibusteros, desde tiempo atrás había iniciado la construcción de fosos y fortificaciones, concluyendo los primeros en 1649, el fortín de La Planchada en 1651, y el de San Carlos, en la cima del cerro, en 1682.
Estas construcciones destinadas para la defensa fueron tan efectivas, que cuando en 1684 los piratas Dampier, Swan y Davies se unieron para atacar la ciudad, fueron valerosamente rechazados por sus habitantes.
Años después, en sus memorias, Dampier escribiría sobre Guayaquil lo siguiente: “La ciudad tiene un fuerte en un lugar bajo y otro en una altura; esta plaza presenta una muy bella perspectiva y está adornada con diversas iglesias y buenos edificio‘‘.
El puente de las ochenta varas y la fiebre amarilla.
Para ese entonces toda la ciudad estaba rodeada de fosos y trincheras, y los esteros eran cruzados por pequeños puentes construidos por los vecinos del lugar; pero estos por haber sido fabricados de manera rudimentaria- no eran lo suficientemente seguros; fue por eso que en 1709 se vio la imperiosa necesidad de construir un puente con sus calzadas, que permita la unión de los dos sectores de la ciudad y el desarrollo paralelo de su economía.
Ante esta realidad, el Corregidor don Jerónimo de Boza y Solís dispuso -en 1710 la construcción de un nuevo un puente que a decir de los viajeros de la época era el más largo del mundo. Dicho puente, de dos varas de anchura y casi ochocientas de longitud, atravesaba los cinco esteros que cruzaban el área y que en épocas de invierno, al desbordarse con las lluvias, la inundaban haciéndola pantanosa y anegadiza.
Las características de Sabaneta donde se había levantado Ciudad Nueva- permitieron que la ciudad se planificara en forma de cuadrícula y se extendiera a lo largo de las orillas del río, donde los más pudientes procuraron construir sus casas para poder disfrutar, no solo del bello paisaje sino, además, de los beneficios de sus vientos saludables y frescos.
En 1719, a la altura de la actual calle 10 de Agosto se levantó el Baluarte de la Limpia Concepción, que consistía en una fortificación semicircular y una muralla hacia el norte, que lamentablemente se mantuvo en pie solo por muy poco tiempo.
Para 1728, el Hospital de Santa Catalina -fundado en 1564 y del cual ya hablamos en un capítulo anterior- fue trasladado a Ciudad Nueva y entregado a la administración de los Hermanos de San Juan de Dios, que le transfirieron su nombre. El nuevo emplazamiento estuvo situado en el Malecón, en la manzana comprendida entre las actuales calles Aguirre e Illingworth.
Fue entonces que, para evitar que el fuego de los posibles incendios se propague de una casa a otra, las autoridades de la ciudad dispusieron.
En 1732- que las calles aumenten a un ancho de veinticinco varas. Por esa misma época se llevó a cabo el primer censo poblacional que se realizó dieron el cálculo de 12.000 habitantes.
A mediados del siglo XVIII Guayaquil se había convertido en una de las ciudades más grandes de América y posiblemente una de las más pobladas: tenía 20.000 habitantes.
Para su defensa había construido tres fuertes, para el culto religioso habían levantado siete iglesias, y en su estructura urbana se destacaban las Casas del Cabildo, el hospital, la cárcel, muchas casas de posada, y construcciones de dos plantas y entrepiso, siendo utilizados, este y la planta baja, para alquiler y comercio.
A más de ello, Guayaquil ya contaba con Sala de Armas, aduana, varias plazas y el Colegio de La Compañía de Jesús.
La vida se desarrollaba con placentera normalidad y todo parecía asegurar que los años de angustia ya habían pasado. No se imaginaban los guayaquileños que una terrible amenaza se cernía sobre su ciudad: El primer brote de fiebre amarilla, que en 1742 una vez más diezmó la población de manera sustancial.
A pesar de esta dramática situación por la que debió pasar, Guayaquil pudo sobreponerse y continuó siendo no solo una ciudad en expansión sino, además, una de las ciudades más prósperas de América, ya que se había hecho rica gracias a las exportaciones de cacao y otros productos como jarcia, añil, café, maderas finas, zarzaparrilla, tabaco, alquitrán y azúcar que, a través de su puerto, salían con destino a México, Centro América, Perú y Chile; por otra parte, la comercialización de mercaderías importadas como aguardiente, vino, hierro, ropa de Castilla, pasas, higos, etc. también le producía importantes ingresos.
El comercio guayaquileño tanto con Lima como con México se desarrollaría de tal manera, que para 1780 generaría más del 60% de los ingresos percibidos por la Real Audiencia de Quito por concepto de exportaciones.
Desgraciadamente, ese gran comercio fruto de la producción propia y la exportación e importación no dejaba los recursos necesarios para que la ciudad creciera, pues la Corona Española le imponía sustanciales contribuciones y le hacía ingentes extracciones de bienes y riquezas que le impedían hacer uso del fruto de su trabajo.
Una de sus más grandes riquezas provenía de los extensos bosques de maderas preciosas, útiles tanto para la construcción civil como para la construcción naval, que eran aprovechados además para la construcción de esos grandes barcos que le dieron merecida fama a sus astilleros.
Guayaquil intentaba desarrollarse por su propio esfuerzo, pero estaba tan abandonada por el poder central de la Audiencia de Quito y de la Corona Española, que carecía de las más elementales necesidades urbanísticas. Sus calles presentaban características deplorables, pues carecían de pavimentación, y constantemente ya sea por las lluvias o por el desbordamiento del río y los esteros- se convertían en verdaderos lodazales.
Fue entonces que, por propia iniciativa y en procura de mejorar las características urbanas de la ciudad, en 1742 el Cabildo dispuso que se construyan calzadas de piedra en las bocacalles de Ciudad Nueva. Lamentablemente esta disposición no pudo cumplirse debido a la escasez de fondos que sufría el Cabildo, y no sería sino hasta la década de 1770 en que gracias a las gestiones realizadas por el ingeniero Francisco Requena- se empezaría finalmente a empedrar las calles de la ciudad.
La pavimentación de la ciudad se completaría a principios del siglo XIX, y tal como lo describe el viajero francés Julián Mollet, en 1818, en su obra “Viajes por el Interior de América Meridional”, las calles de Guayaquil eran “anchas, alineadas y bien pavimentadas”.
La Gobernación
Indefensa, destruida por devasta- dores incendios, atacada por pira- tas y asolada por pestes y enfermedades tropicales, durante más de 200 años la ciudad de Guayaquil permaneció abandonada por la Corona Española, a pesar de las insistentes súplicas de los vecinos y el cabildo, y de las múltiples recomendaciones hechas por eminentes ciudadanos españoles
como el Presidente de la Real Audiencia de Quito, don Dionisio de Alsedo; y los representantes de la Corona, Jorge Juan y Antonio de Ulloa- en el sentido de que Guayaquil fuese elevado a la categoría de Gobernación.
En el Compendio Histórico de la Provincia de Guayaquil, publicado en Madrid en 1741, aparece un “Exordio” dirigido al rey, que en uno de sus párrafos dice: “Por una de aquellas ocultas causas políticas, que aún cuando llegan a comprenderse, no se encuentra con el modo de explicarse, Guayaquil se ha mantenido abierta, e indefensa a las invasiones, y robos de los enemigos, y piratas extranjeros; y por este descuido, y olvido, se ha visto invadida tres veces, amenazada otras dos y defendida sólo una por el extraordinario esfuerzo de un corregidor, quedando en las demás hecha objeto del estrago a los ojos de la compasión y de la lástima; siendo su abundancia y fertilidad quien la ha vuelto a restituir otras tantas veces a su antecedente opulencia y esplendor”
Juan y Antonio de Ulloa, en el que detalla las pésimas condiciones en que se encontraban las defensas de Guayaquil dice: “Convendría mucho que se guardase este puerto, porque además de ser el que surte a Lima y las otras ciudades de toda la madera destinada para la fábrica de casas, contribuye con la necesaria para la carena de toda suerte de embarcaciones y sus astilleros, tanto de guerra como del comercio; por lo cual se debe presumir que si alguna de las naciones extranjeras que desean formar establecimientos en el Perú para colonizarse llegara a ocuparlo, sería su primera diligencia apoderarse de Guayaquil, con lo que sería dueña de aquellos mares, arbitra absoluta en todas sus costas, y única para hacer todo el comercio que quisiese y para estorbárselo a los españoles; porque enseñoreados de Guayaquil podría fabricar, para guerra o para comercio, cuantos barcos quisieran, y nos privarían enteramente de poder nosotros ejecutarlo. Esto que parece mera ponderación o proposición demasiado absoluta, no tiene nada de exageración, pues considerando bien el caso, se verá que las resultas deben ser con toda precisión las que aquí se exponen”.